Si bien algo había escrito acerca de mi opinión sobre la manera de ver el fútbol que tiene Bilardo, considero oportuno retomar el tema, en mi regreso a la interactividad con ustedes luego de un parate de 10 días, producto de una desintoxicación de información mundialista que me saturó.
En esta oportunidad, quiero compartir con ustedes algo que escribió el periodista Jorge Búsico, codirector de Deportea, en su columna habitual en el especial TEA Mundial:
Imaginemos esta ridícula situación: Un periodista de «El Deportivo» de Clarín, no del Grupo Clarín, sino de «El De-por-ti-vo», lo llama por teléfono a Julio Grondona a fines de 1990. «Hay que poner al Coco Basile», y el presidente de la AFA acepta sin chistar.
Se repite el episodio después del Mundial 1994. «Ponga a Daniel Passarella», y Grondona asiente.
Nuevo llamado, esta vez al celular, tras Francia 98: «El hombre es Marcelo Bielsa», enfatiza el periodista de «El De-por-ti-vo» y encuentra nuevamente el eco del mandamás del fútbol argentino.
Pasa Corea-Japón 2002, y desde Clarín, no del Grupo, sino de «El De-por-ti-vo», ordenan: «Que siga Bielsa».
Renuncia Bielsa, y desde la redacción del Gran Diario Argentino, se comunican insistentemente con Grondona: «Ahora que venga Pekerman». Y Don Julio, claro, obedece.
Este es el escenario que Carlos Bilardo intentó describir durante la final del Mundial en su inexplicable rol de comentarista de Canal 13, que como todos saben, pertenece al Grupo Clarín, pero no a «El De-por-ti-vo». Y agregó: «Van a llevar a la ruina al fútbol argentino».
En su libro La patria transpirada, Juan Sasturain hace una referencia final al Mundial de 1990: «Ganar hubiera sido peor«. Es que un triunfo en aquel patético torneo que jugó la selección dirigida por Bilardo (la que llegó con menos goles a favor en toda la historia, la que más expulsados tuvo en una final, la que llegó a la definición tras dos partidos consecutivos ganados por penales) hoy nos hubiera significado un fútbol manchado por los bidones con vomitivos, con frases como «pisalo» o con episodios bochornosos como la quema de la bandera en Trigoria.
Bilardo, protagonista central en radio y televisión desde que dejó -o lo dejaron- la selección, ha utilizado a los medios en todo este tiempo -ayudado también por sus periodistas felpudos- para bajar una línea no sólo caótica en su dicción (fue patético escucharlo durante todo el Mundial confundiendo los apellidos y destruyendo el lenguaje), sino perniciosa en su concepto. Bilardo es coherente, al menos, con su discurso. Al rival hay que pisarlo. Y eso es lo que ha hecho en todo este tiempo con los que piensan distinto a él.
Irrespetuoso con sus colegas, siempre -con alguien que le da el pie- quiere hacerle creer a la gente que la Argentina sólo puede salir campeona del mundo con él. Olvida que ya no está Maradona para tirarle un salvavidas. Diego, vale recordar, no pudo en un equipo (Boca) que dirigía Bilardo y en el que jugaban, entre otros, Verón, Caniggia y el Kili González. Claro, y con «Chiquito» Dollberg de 9.
Esta reacción que le explotó en la final ya se presentía. Bilardo, a través de Canal 13 o del impresentable programa nocturno de Fox Sports junto al Bambino Veira, no se bancaba, literalmente, que la Argentina fuese avanzando en el Mundial con un fútbol que nada tiene que ver con el que él predica. Y hasta se le notaba el nerviosismo en el 6-0 contra Serbia y Montenegro.
Debería el doctor leer los diarios -no sólo «El De-por-ti-vo» de Clarín- para darse cuenta qué es lo que quiere la gente de su selección de fútbol. Abundaron los elogios pese a la eliminación en cuartos.
Como hizo Marcelo Araujo, empezó a disparar ni bien Cambiasso falló el penal. Y atrás se le plegaron sus títeres periodistas. Ese es el universo Bilardo.
Veremos si Grondona le sigue haciendo caso a «El De-por-ti-vo» de Clarín o escucha los reclamos del doctor. Ambas situaciones rozarían el ridículo.